Testimonio
Salma Evelin Quiroz Figueroa
En el presente se nos exige estar actualizados en los efímeros cambios tecnológicos. Se mantiene constante más que nunca la frase “nada permanece, todo se transforma”. Aquélla es el murmullo de las ciudades, como la nuestra. Muchos habitantes de ellas quedamos atrapados en esa actitud ensordecedora, donde el hoy no es importante ni lo mejor sino lo que viene; traemos binoculares que nos informan de todo lo que se aproxime. Vemos nuestro tiempo fundirse en agua y evaporarse acompañado del desolador “¡qué rápido avanzas, tiempo!”
En lo particular a mí me molestaba esa expresión a razón de un resentimiento, no con el Tiempo, sino con la dueña de él, yo. Mi mente y cuerpo sufríamos cambios notables, mas yo únicamente disfrutaba la mitad de esas emociones. Los vivía, los recordaba y en todo momento me veía a mí misma detrás de una pared invisible. Reprochaba saber que no disfrutaba mi vida y que de un momento a otro sería un adulto… Vivía como Cortázar dijo, “sin pensar”, dentro de una cápsula que viaja a la velocidad de la luz.
Un día me ofrecen entrar a un taller de escritura, y al paso de las sesiones los integrantes nos sorprendemos. No sólo íbamos a practicar la escritura, lectura o a hacer análisis de textos, fuimos a comer, o bien, a degustar frutas, a compartir y escuchar historias personales, a investigar sobre nuestra familia, a describir lugares y detalles que nos fueron llamativos, entre otras actividades. En apariencia lucen fuera de contexto, sin embargo, tenían un motivo muy interesante e importante: reconocer nuestros sentidos, conectarlos y vivir siendo conscientes de todos ellos. La maestra nos pedía integrar y jugar con esos elementos para hacer nuestros textos más vívidos, originales y entender la literatura, en consecuencia, poco a poco aquella pared invisible comenzó a desaparecer. Al poner en práctica eso no había hastío ni una víctima del azar: yo era responsable de mi ser, de mi felicidad, de mi vida. La maestra comprobó que existe un mundo de diferencia entre ver y observar; oír y escuchar; comer y degustar; y en pasar y disfrutar cada instante de tu vida, porque sólo la escritura y lectura te permiten inmortalizar esos momentos.