Autor: Andrea Valeria Mercado Escalante
Hace algunos años, en un domingo de descanso, Verónica esperaba el inicio de semana. Veía a su alrededor y sólo quería que ese momento de tranquilidad sentada en su jardín y con una copa de vino en la mano, jamás terminara. Sabía del estrés que conformaría los siguientes días.
Cuando llegó el lunes sintió pasar las largas horas lentamente, una tras otra, sentada tras un escritorio dentro de un salón de clase lleno de niños apáticos por el estudio. Y así pasó, lunes, después martes, miércoles, jueves y finalmente viernes, grandioso y glorioso día que marcaba el fin de una semana rutinaria. Sin embargo, no duró mucho, aunque trató de disfrutar al máximo cada uno de los minutos que pasaban.
Al siguiente lunes, la clase de la tercera hora fue cancelada, así que decidió dar un pequeño paseo por las instalaciones, de pronto al caminar por uno de los infinitos pasillos del colegio, se dio cuenta que una pequeña niña estaba sentada en una esquina. La niña portaba el uniforme del colegio, se veía un poco viejo y deslavado. Al acercarse notó que jugaba con algunas cartas. Verónica pensó que la niña estaba loca pues parecía que hablaba con alguien, sin embargo, sintió compasión y se le ocurrió una idea que ayudaría a ambas. Pensó entonces en jugar con aquella niña que al igual que Verónica buscaba algo, y así la pequeña niña tendría una amiga con quien platicar, y eso haría más divertido su día.
Después de un tiempo, la directora empezó a buscar a la maestra que no se había presentado a ninguna de sus clases y ya era hora de cerrar el colegio. Cuando la encontró se llevó una gran sorpresa, Verónica reía y jugaba cartas con la mirada fija en la pared. La llamó, trató de hacerla reaccionar, pero no funcionó, lamentablemente esto marcó el fin para la maestra. La llevaron al manicomio donde se quedó el resto de su vida.
Y la niña…bueno, ella por fin fue liberada.