La soledad de estar siempre conectado
Iker González Quiñones
En una era donde se usa de forma constante la “neorrealidad” para toda actividad social, económica y laboral, el viejo señor Alberto, levanta todos los días a las 9 de la mañana a su vivaz nieto, prepara el desayuno, para después comer juntos como de costumbre bajo el áspero techo de teja, y no uno de los modernos pertenecientes a hogares de polímero expansivo. Pobre y dulce viejo Alberto, se retira entonces a vender a la avenida principal, no sin antes cerciorarse de que el joven Mario “sueñe” hasta su colegio y tome sus clases.
Mientras recorre el camino hasta su ya gastado taller, observa las hermosas vistas de un mundo eficientemente urbanizado, un lugar de ensueño donde no había un límite entre el día y la noche, un eterno atardecer con bellos destellos tan sólo opacados por las luces neón típicas de una distopía, los parques donde solía correr cuando niño, tan solo son un efímero recuerdo propio de una mente consumida por un mundo que ya no es para él, ahora remplazado por rascacielos habitacionales.
Los jóvenes de ahora son unos llorones -replica para sí mismo el señor Alberto en busca de alivio. Al llegar a su taller, saca su mesa, toma su banco, sentándose a esperar al próximo cliente, viendo cómo las viejas oficinas de enfrente son demolidas.
El abuelo sin duda odiaría tener que volver a una oficina ¡Ay! Mi abuelo, ya 1 metro bajo tierra, ya ni siquiera yo estoy seguro de tener el lujo de una tumba -suspiró. Cuando de repente su mente se ve interrumpida por una notificación de su ya oxidado asistente. Encargo de producto estantería modelo standard #0562021 usuario verificado membresía “prime” solicitado 05/11/2119 -informó el robot.
Estos vagos ya ni siquiera saben cómo comprar a la antigua, ni siquiera es tan difícil encender el computador y dar unos cuantos clics, tan sólo “sueñan” y la máquina hace todo, me gustaría que por lo menos uno elija por sí mismo y no gracias a una máquina – dijo el iracundo viejo mientras medía y cortaba las tablas de pino.
Como el flojo de Mari. Tan solo entra en su casco a “soñar” durante horas la escuela y las charlas con sus amigos, si mi abuelo lo viera ¡Lo mandaría a una militar a hacer sus buenas seis horas de clase! Tal vez el chico hasta tendría novia, pero todo el mundo está obsesionado con entrar a un mundo irreal al cual osan llamar “neorrealidad” como si la vida fuera algo viejo y anticuado, y todavía lo comparan con los sueños, cuando su “sueño” no es más que códigos y números ¡Me enfurece tanto sus hábitos imbéciles de encerrarse en su “sueño” y vivir ahí! Claro que ya no hay tanto espacio, pero yo sí hacía videochat con mis compañeros y amigos, nos mandábamos mensajes y jugábamos en línea, no como estos flojos, ¡agh!, el mundo ya no es lo que era…
Pobre y triste Alberto, no sabe que el mundo es el mismo, él será cremado y se irá con el viento contaminado de la ciudad, pero el mundo ahí estará, atento al cambio, esperando la oportunidad perfecta para “dejar de ser lo que era”.