Fragmento de novela
Jackie R Ibarra
Josefina ya había estado en Silao antes de la partida. Cuando apenas tenía cinco años viajó con su mamá, su hermana mayor y una tía. El largo trayecto de México a Silao, lo hizo sentada en el neceser de su hermana. Viajaron en una vagoneta Ford azul de los años sesenta, y entre el equipaje que llevaban y los adultos que viajaban, no hubo un lugar para sentar a la niña. Fue fácil decidir que el asiento más adecuado debía ser aquel pequeño neceser de Dolores. Las condiciones en las que llegaron Josefina y el neceser no fueron las más aceptables, sobre todo para Dolores, quien vio al final del viaje sólo una caja deforme que guardaba sus reliquias cosméticas.
Ser la más pequeña de la familia tiene su propia naturaleza. Es tan común que los adultos decidan por ellos, aun cuando rebasen los 20, 30 o 40 años. La condición de hermana menor está llena de desventajas disfrazadas de actos de generosidad y protección. El menor, rara vez tiene voz y voto en las decisiones familiares. Sus opiniones son nulas porque atentan los intereses y autoridad de los mayores.
De aquel viaje a Silao, Josefina recordó con especial interés lo sucedido una tarde de reunión familiar en casa de Helena. Helena, fue su tía, aunque para Josefina fue siempre una desconocida a quien jamás pudo decirle tía. Aquella tarde, Josefina la pasó en silencio, de pie a lado de su hermana, y con una de sus manos empuñada. El gran atributo de Josefina siempre ha sido poder desprenderse de las necias y eternas conversaciones que suelen tener algunas personas. Siempre mostrando atención a los sucesos, su mente solía viajar a los mejores momentos de su vida, o a veces a algunos que aún no sucedían. Su cuerpo podía estar perfectamente presente en la habitación calurosa y apenas alumbrada por un foco a lo alto del techo, la puerta que daba a la calle permanecía abierta con la esperanza de que un hilo de viento entrara y refrescara el sofoco de calor estancado en el cuarto; mientras su mente podía llevarla a la playa donde alegremente dejaba mojar sus pies o correr presurosa para que las olas del mar no la alcanzaran. Así permaneció por horas con su mano izquierda guardando el secreto de un robo. No la abrió hasta llegar al hotel donde se hospedaban. Ahí fue donde Dolores al darse cuenta, le preguntó lo que pasaba y trató de abrir la mano de la niña, sin oponer resistencia Josefina cedió, y fue cuando apareció una pequeña muñeca que vestía un traje de terciopelo del color de las aceitunas –Josefina de niña sólo conocía las aceitunas verdes–. Entonces llovieron las preguntas reglamentarias sobre la manera como aquello había llegado a sus manos. La muñeca pertenecía a su prima María, quien en un afán de ser amable y amistosa con la pequeña que estaba de visita, le prestó una de sus reliquias de juego, sin siquiera pensar que no se la devolvería. Mamá y hermana reprendieron suavemente a Josefina y acordaron que al día siguiente la iba a regresar a la dueña. Aquella noche, Josefina pudo dormir tranquila sintiendo a su lado la muñeca miniatura que la fascinó desde el primer momento.
Al día siguiente, de nuevo en casa de Helena, frente a María y a todos los concurrentes, su mamá y hermana pusieron en evidencia el robo que había cometido Josefina. Enojo, vergüenza y rebeldía invadieron de pronto la mente de la niña, y con un rotundo no, y en medio de las carcajadas que el evento había ocasionado, se negó a devolverla, no importó las veces que se lo pidieron, ella una y otra vez dijo: no; y volvió a empuñar la mano para salvaguardar a la pobre muñequita de la abyección cometida. Finalmente toda la familia rio, y María, igualmente obligada por las circunstancias y por la contienda decidida a favor de su prima, terminó regalando la muñeca a Josefina.
Josefina jamás volvió a ver aquella miniatura como ningún otro de sus tesoros ganados en contiendas similares. Dolores, como era costumbre en ella, ejerció una vez más el poder de hermana mayor, y guardó la reliquia hasta su muerte. En su vejez, en su soledad, Dolores siguió anidando el rencor por lo que la vida le había negado.