El secreto de la familia del marqués
Andrea Bernal
Juan Carlos de Urrutia iba saliendo de la catedral principal de la Nueva España. Se despidió del cura Francisco y saludó a Isabel, la hija del marqués Federico, y al momento de besar su mano divisó a lo lejos algo brillante reflejo del sol radiante que se colocaba sobre él. La curiosidad, que siempre fue característica de su persona, lo llevó a caminar directo a dicho resplandor. Mientras se aproximaba, notó que se trataba de una brújula.
La tomó entre sus manos y pudo observar que estaba hecha de bronce con algunos detalles de plata brillante, se notaba un poco descuidada. La volteó y vio que tenía una frase grabada en letra cursiva. Él no tenía conocimiento de ninguna otra lengua que no fuera el castellano, pero sabía, gracias a la iglesia, que era latín. Regresó a la catedral y le mostró al cura Francisco aquellas palabras.
“In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti (Sto. Tomás)”
Entonces el cura Francisco sacó de un armario una cruz plateada y un libro. Le dijo a Urrutia que la cruz tenía el mismo grabado, había llegado desde España en el barco junto con su maestro y el marqués, abuelo de Isabel.
Cuando Urrutia se enteró de tal suceso, dispuso a visitar a Isabel con el pretexto de conocer la historia detrás de estos objetos. Tocó la puerta de su hogar con tres suaves golpes. De inmediato abrió Constanza, una india ya bautizada quien era la nana de Isabel, lo saludó con mucho gusto y lo pasó a la terraza. Mientras se dirigía a este espacio, pudo observar un tapiz rojo con un escudo español que hacia juego con el terciopelo de las sillas.
Para su sorpresa en la terraza se encontraban Isabel, su madre y su abuela tomando el té. Urrutia se acercó a ellas y las saludó cordialmente. Mientras le servían la segunda taza de té a la abuela, él saco los objetos. De inmediato Isabel mostró interés y le preguntó de dónde los había sacado, pero en cambio su madre y su abuela quedaron sin palabras. La abuela tomó el libro y al alzarlo descubrió que estaba el mismo escudo del tapiz en la contraportada del libro. La abuela abrazó el libro, soltó un suspiro y susurró: “Te he extrañado”.
Esa tarde el silencio gobernó la casa de Isabel.