Transtorno

Por: Piper Ximena Cortés Huerta

Recuerdo que durante dieciséis años sólo la vi pasar por el pasillo una y otra vez. Tengo que confesar que me es difícil escribir de ella, pero disfruto tanto narrar su vida, que no me importa qué tan complicado resulte. Tal vez sea su ausencia la que me obligue a hablar de ella, sólo así la puedo sentir de nuevo…

Se llama Miranda, fue un 19 de Marzo del 2014 (sí, recuerdo la fecha perfectamente) que pude hablar con ella. Una mañana nublada pasó frente a mí apresurada como todos los días de la semana sólo que en esa ocasión pude escuchar un murmullo apenas perceptible, un “buenos días” con una voz dulce y cálida. Ese fue el principio.

Al pasar los días coincidíamos más que de costumbre, comenzamos a hablar de cosas insignificantes de las que todo el mundo suele hablar como el clima, la política, las noticias y los temas relacionados con la vida hasta que nos volvimos confidentes. Me es tan sorprendente cómo dos personas tan distintas lograran congeniar perfectamente como si estuvieran hechos el uno para el otro. Ella es tan única, solidaria, cariñosa… todo lo opuesto a mí. Me tomó tanto tiempo conocerla, como le tomó a ella conocerse a sí misma.

Con el transcurso de los años los dos evolucionamos de una manera impresionante, pero no vengo a hablar de un “nosotros” ni mucho menos de mí. Ahora sólo importa ella, es su historia, sus letras, su tiempo… así que me enfocaré en ese algo que me conmocionó de manera inexplicable. Tal vez para unos no sea la gran cosa pero sé que para ella lo fue porque le dio totalmente un giro a su vida.

Una mañana fría, el colegio repleto de niños buscando su nuevo grupo, nos encontrábamos caminando por los pasillos, dirigiéndonos conmovidos a ver si nos había tocado en el mismo grupo. Mientras recorríamos cada pasillo, aproximándonos a los salones que nos correspondían ese año, noté que se encontraba nerviosa. Su voz se entrecortaba y sus labios temblaban ligeramente, tal como lo hacen algunas personas al experimentar frío, pero ella no tenía frío, sabía que esas dos acciones involuntarias que poca gente lograba percibir eran de miedo.

Le temía a cualquier tipo de modificación en su vida, así fuera algo tan sencillo como cambiar de grupo, le asustaba lo nuevo, todo aquello fuera de su zona de confort y no se debía a que fuera tímida o algo parecido, sólo se sentía desprotegida, incómoda… le costaba confiar en sí misma.

Al leer las listas nos dimos cuenta que no estaríamos juntos. Volteé a verla, estaba parada a lado mío con la cara pálida y sus ojitos llenos de angustia, no dejó correr por sus mejillas ni una lágrima, sólo suspiró y con voz temblorosa dijo: “No conozco a algunos, a otros no les hablo y otros tantos me caen mal…”. En ese momento me quedé mudo con el corazón hecho nudo al ver que ella no se encontraba bien. No pude decir palabra alguna, sólo le tomé la mano y la presioné fuertemente como señal de que todo estaría bien.

Su primer día fue difícil, por la tarde me la pasé pegado al teléfono escuchándola repetir una y otra vez que no tenía ni un amigo ahí, que no me tenía…,por tres horas se la pasó buscando una solución a eso pero sólo llegó a una, cambiarse de grupo. No estuve de acuerdo pero no quise decírselo, así que sólo la escuché.

Un jueves a la hora del descanso, me encontraba admirando el pasaje mientras tomaba café, cuando vi su silueta acercándose a mí. Al llegar a mi lado, se postró en la banca y se quedó callada por cinco minutos, sabía que quería decir algo.

-No me dejaron cambiarme de grupo – dijo. Y tomó un sorbo de mi café. Como siempre me quedé en silencio, encogí los hombros e hice una mueca de desilusión.

Al pasar los meses, Miranda se distanció un poco de mí, sentí su ausencia pero la dejé vivir, a ella le gustaba ser libre. De vez en cuando quería buscarla y preguntarle cómo se sentía pero parecía que huía de mí. En ese momento aprendí que Miranda era otra.

Una tarde llegué a casa y me quedé recostado en mi cama pensando si realmente era cierto que había cambiado, pero no pude llegar a una respuesta. Para mí, que una persona sea distinta va más allá de cambiar de gustos, de ideales, de amigos o incluso de estilo de vida que era todo lo que podía observar cuando la miraba a lo lejos.

Ahora le brillaban los ojos y tenía una expresión aliviada, pero seguía teniendo la misma esencia…

Hace días volví a cruzarme con ella e incluso volví a rosar su mano, estaba más fría que nunca, tanto su piel como su espíritu… pude recordar cuando éramos uno, cuando no podíamos vivir el uno sin el otro o mejor dicho ella sin mí. Entendí que ahora todo era diferente, me convencí de que había cambiado y que hace tiempo debí soltarla como ella me soltó a mí.

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