Los cambios de estación
Emily Galindo Hernández

El invierno no sólo sumergió sus calles en delicados y pálidos copos de nieve, sino que también cargó consigo un dolor que arrasó sin piedad con tormentas y ventiscas los confusos sentimientos que mi desgarrado corazón guardaba sobre ti. A mi alrededor las calles se llenaron de luces diminutas que marcaban con anhelo el inicio de las festividades, pero aun con toda esa calidez y amor que se intuía en el ambiente mi cuerpo ya se apropiaba del gélido recuerdo de su partida llenando con una helada e indiferente escarcha mi marchitado corazón que conservaba con mimo el recuerdo de nuestro palpitante amor. Cuando la nieve por fin se esfumó y los capullos brotaron la primavera había llegado acunando un afectuoso calor que logró deshelar y florecer mi trastornado corazón, el cual engendró un pequeño brote de incomprendidas y acogedoras sensaciones que me empaparon con un entusiasmo abrasador. Más esto acabó cuando las lluvias del verano escoltaron con descaro miles de plagas de regreso a mi presencia, pero no sólo volvieron las plagas si no también ella, con sus vestidos cortos, sus piernas largas, su alborotada melena morena y esos lentes oscuros que acaloraban a cualquier joven que pasara junto a ella. El calor del deseo me sofocaba y atormentaba, hasta sucumbir adosado a la fascinación de una sola noche de incandescencia y lascividad, donde evoqué su nombre, desconocí su alevosía y reservé mi pesar olvidando que el verano llegaría a su fin y junto con él nuestra pequeña e indecente aventura. Pronto las calles abandonaron las tonalidades verdosas para dar paso al apasionado naranja que custodiaba con recelo los temores de los niños, las calaveras que atesoraban las letras de los poetas y los cánticos de la muerte. El otoño por fin había llegado y rebosaba el ambiente con el indiscutible olor a copal y blancas velas que yacían para los muertos. El otoño es la época donde la gente deja ir a sus muertos, pero los recuerda con el corazón en mano. Y justo ahora es el momento para dejarla ir. Ahora, el invierno lo espero con afán ya que estoy preparado para lo que pudiera ocasionar.

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