Los otros y yo

Autora: Rita Aránzazu González Ramírez

Caminando por las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México el día 9 de octubre del 2021, recuerdo muy bien que mis padres y yo no habíamos desayunado así que mi hermano sugirió ir a un restaurante llamado Al Andalus cercano de donde nos encontrábamos. Yo no lo conocía, pero mi hermano sí.  Nos lo recomendó y nos mencionó que era de comida árabe y turca algo que me alegró e impresionó ya que yo quería probar esa comida desde antes. El restaurante está en un edificio antiguo de la época de la Colonia, a su alrededor se encuentran vendedores de origen árabe. Entramos por un pequeño patio donde había mesas para atender, y subiendo unas esclareas llegamos al restaurante. Al entrar nos tomaron nuestros datos, nos destinaron una mesa al lado de un balcón, podías sentir la brisa del aire y la, después nos dieron la carta del menú para escoger nuestro platillo.

En el menú había varios nombres de ingredientes y platillos que yo desconocía; pero tener una pequeña descripción de lo que contenían esos platillos me facilitó comprender el platillo. La verdad es comida que no es habitual en México, pero supuse que estarían exquisitos. Pedí unos huevos con chorizo árabe elaborado con carnero, un café árabe y un jugo de naranja. Los huevos eran un poco parecidos a como se hacen aquí en México, pero lo que era distinto es que los cocinaban en una cazuela de barro, y los servían a término medio como un huevo estrellado, sin moverlos esperando a que se formara como esa levadura de las claras de huevo, después le agregan el chorizo ya cocido y listo. En México también se cocina en cazuelas de barro, como los frijoles negros o los romeritos para navidad. Me impresionó que en la cocina árabe se utilizaran también cazuelas de barro para elaborar algunos platillos como lo hacemos en México. También nos llevaron una salsa verde, que sí era totalmente parecida a una salsa mexicana, un poco indecisa diría yo, ya que al principio no te picaba, pero a la mitad te hacía llorar. Nos llevaron pan árabe o pan pita, ya había visto y comido este pan, sí marca una diferencia al pan que nosotros conocemos, el bolillo o la baguete, ya que este, tenía forma de una tortilla en versión grande y en vez de maíz es de trigo, pero de igual forma estaba muy rico y sabía delicioso. Cuando nos llevaron el café ahí sí que fue distinto, porque en primera las tasas son pequeñas algo que no se acostumbra en México porque nosotros tomamos café en tazas más grandes que permite no sea el café tan intenso; por otro lado, el café lo sirven desde una como olla o pocillo pequeño que debajo tiene un calentador para que se mantenga a una temperatura acorde. Al momento de tomar mi primer sorbo la verdad es que cambia mucho es como si estuvieras tomando un café muy “cargado” pero a la vez amargo y en este únicamente se le podía agregar azúcar y no leche como luego se acostumbra en México. La atención de los meseros fue muy grata y confiable ya que siempre estuvieron al pendiente de nosotros.

Platiqué con uno de los dueños del lugar, de nombre Mohamed, un nombre no muy conocido en México por lo que le pregunté qué significaba y me dijo que viene de Muhammad, nombre de Mahoma, el profeta de Alá. Significa «alabado», «digno de alabanza», estas palabras me fueron difíciles de escribir ya que no sabía si me estaba comiendo algunas letras. Lo que destacaba en él era su turbante que llevaba en la cabeza. Su tono al hablar español era agudo y fuerte. Le pregunté por qué el café sabía tan fuerte y amargo, por lo que me respondió que lo que lo hace que se vuelva un poco fuerte son las especias como el azafrán, cardamomo, clavos o canela que le dan al café un sabor muy especial. Le pregunté sobre su preparación, me dijo que comienzan con la selección de los granos, los tuestan ligeramente en una sartén plana antes de triturarlos en un mortero de cobre con un mazo del mismo metal. Luego se ponen los granos así molidos en una gran cafetera de cobre que se llena de agua y se pone al fuego. Cuando la infusión está lista, se echa en una cafetera de dimensiones más reducidas y se sirve a los clientes en tazas pequeñas. Se tiene una costumbre de que el primer café servido es al invitado más importante, o el más anciano y que las tazas de los clientes sólo se llenan hasta un cuarto de su capacidad, y así se puede volver a servir café varias veces más. Al mismo tiempo me comentó que el servir un café árabe es un elemento importante de la hospitalidad en las sociedades arábigas y se considera un acto de generosidad. Le pregunté sobre el turbante que llevaba puesto, me dijo que el llevar un turbante es muy importante como elemento espiritual de la fe, carecer de uno es humillante y llamar a la puerta de un hombre sin turbante es considerado un insulto.

Cambiando un poco el tema, pero no menos importante, me comentó que uno de los platillos que recomienda son las albóndigas. Su origen se da que los árabes vieron una similitud entre las avellanas y dieron este nombre a todas las cosas cuyo tamaño y forma era similar al de las avellanas, así a las bolas de carne picada las denominaron como búndigas, que para nosotros en México serían unas albóndigas de carne con una salsa de chipotle o jitomate, solo que ellos las cocinan de forma dulce y salada.

Llegando al final de nuestro desayuno, quisimos probar el famoso dulce turco baklava. Un dulce que yo ya quería probar porque lo había escuchado y visto en la serie llamada El sultán Solimán. En esta serie sale el palacio Topkapi XVI, se muestran sus salas y cocina que Solimán amplió hasta contar con cerca de mil personas trabajando en ellas. Con los turcos ese gusto por el dulce se potenció aún más, se perfeccionó el baklava, el postre turco por excelencia, y otras elaboraciones como siropes, sorbetes, galvas, hojaldre, famosas y panes dulces. Cuando pedimos el postre baklava y lo probamos, pude apreciar que era un postre dulce y relleno de pistache, te dejaba en el paladar la sensación de seguir comiendo, este postre tenía mucho parentesco al pastel de mil hojas. Siendo sincera, comer uno es suficiente, comer dos ya es casi la muerte. Sin embargo, combinar el café con el dulce como lo recomendaban fue un estallido, una bomba en tu cerebro por la cafeína del café y el azúcar que estaba ingiriendo.

Si comparamos los dulces mexicanos, con dulces turcos podemos encontrar un cierto parecido con el macarrón porque tiene bastante azúcar como el baklava, pero siento que van de la mano esos dos dulces ya que son de solo comer uno porque si no puedes sufrir un aumento de azúcar en tu sangre provocándote mareos, dolor de cabeza e incluso ganas de vomitar. Sin embargo, estos dulces mencionados son muy ricos y deliciosos ya que te comparten distintas maneras de comer entre los mexicanos y árabes, pero que pueden compartir platillos e incluso dulces, al igual que el café. Para México puede no extrañarle tanto el café árabe ya que se parecen un poco al café de Veracruz, que se denomina muy fuerte o comparando su preparación con el café de olla que también se prepara con especias como la canela; pero que para mi opinión siento que está más concentrado el café árabe.

Al final de esta crónica, encuentro algunas conexiones entre los dos países ya que se pueden relacionar por los platillos, sus los dulces e incluso por el café. El idioma nos distancia, también la manera de hablar, así como la vestimenta, y algunos platillos de su comida, a pesar de que se han complementado a lo largo del tiempo las distintas culturas de todo el mundo al compartir ingredientes, especias, como el pistache o el chile. Las costumbres, las creencias, los alimentos viajan a través del tiempo y del mundo.

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