XV

AMISTAD

Nos entendemos bien. Yo lo dejo ir a su antojo, y él me lleva siempre adonde quiero. Sabe Platero que, al llegar al pino de la Corona, me gusta acercarme a su tronco y acariciárselo, y mirar al cielo al través de su enorme y clara copa; sabe que me deleita la veredilla que va, entre céspedes, a la fuente vieja; que es para mí una fiesta ver el río desde la colina de los pinos, evocadora, de un paraje clásico. Como me adormile, seguro, sobre él, mi despertar se abre siempre a uno de tales amables espectáculos. Yo trato a Platero cual si fuese un niño. Si el camino se torna fragoso y le peso un poco, me bajo para aliviarlo. Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar… Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, que he llegado a creer que sueña mis propios sueños. Platero se me ha rendido como una adolescente apasionada. De nada protesta. Sé que soy su felicidad. Hasta huye de los burros y de los hombres…

 

Juan Ramón Jiménez. Platero y yo.

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