Literatura para jóvenes

Por: Jackie R. Ibarra

 

A principios del verano me inquietó una situación particular, debía preparar el curso de literatura española para jóvenes de preparatoria y no tenía idea cómo empezar y qué lecturas hacer. Le he dedicado algunos años de mi vida a la enseñanza de la literatura universal e iberoamericana, pero la española, aunque no deja de ser universal, la había dejado al margen de ciertos intereses docentes. Así pues, me dispuse hacer la búsqueda bibliográfica necesaria. He de confesarles, que aunque me queda claro que el gusto por la literatura nace en casa, y la escuela no es precisamente el géiser de las bellas artes, procuro elegir textos con los que los alumnos se puedan identificar; generalmente breves, con el afán de que no desdeñen la literatura y la califiquen de aburrida o desagradable. Actualmente sucede un fenómeno curioso con respecto a la lectura, difícilmente se disfrutan libros de más de cien páginas, la inmediatez orilla a que las lecturas tiendan a ser breves y rápidas; en Internet, por ejemplo, solemos no terminar la lectura de un texto porque antes de que éste termine y desde el primer párrafo van apareciendo los links que te llevan a más información, la rayuela del siglo XXI; tampoco se disfrutan las historias complejas en su estructura y contenido, suelen llamarlas aburridas porque no logran entender su complejidad. Ante previa evaluación, me pregunté, qué podrían leer los jóvenes de 4to. grado de preparatoria cuyos intereses por la lectura son tan singulares, Stephen King, Crepúsculo, Los juegos del hambre, es decir suspenso, terror, violencia y romance con final feliz. ¡Vaya gama de contenidos no! No comprendo muy bien este asunto, porque gustan de cierto suspenso combinado con suma violencia, y a la vez disfrutan de los arquetipos telenovelescos, es decir protagonistas guapos, valientes y triunfadores que indudablemente llevan a un final feliz. Las historias complejas los confunden y aburren, obviamente éstas requieren más atención e inteligencia. Me esperaba, entonces, una tarea difícil. Después de una minuciosa investigación en varios suplementos culturales e infinitas páginas de Internet, ¡eureka!, la lista de escritores españoles del siglo XX y XXI era lo suficientemente extensa como para pasarme unas vacaciones dedicadas completamente a la lectura. Así fue, un día llegué a casa no con la lista en mano, sino con los propios libros, y me dispuse a disfrutar de unas largas y tranquilas vacaciones hogareñas y citadinas, mientras mis compañeros de docencia disfrutaban de la campiña francesa, del Mediterráneo, el Big Ben y de las alturas de la ciudad cielo Machu Pichu. Durante los primeros días de lectura pude constatar las exquisitas escenas eróticas propias de la literatura de Almudena Grandes. En la propia Almudena y otros escritores más me enfrenté de nuevo a la ansiedad y dolor de los años de la posguerra española. Me reí de nuevo y no dejé de pensar en El complot mongol y Asalto al infierno cuando leía a Eduardo Mendoza y sus clandestinas aventuras. Con Pérez Reverte, viví lo que mis alumnos al leer un libro de más de 100 páginas, no ver el final de la novela. Entre los títulos y autores que me arrojó mi búsqueda, encontré el de Ginés Sánchez, español nacido en Murcia hace más de 40 años, y con una ópera prima “que deja un recuerdo prolongado y amargo”, el título: Lobisón. Estaba segura de que esta historia podría gustarles a los jóvenes, porque al leer la contraportada me llamó la atención aquello de ser una historia narrada por un adolescente, así que pensé podría ser un punto atractivo para mis alumnos, el espejo donde pudieran reflejarse. El punto de vista del narrador era justamente el de un adolescente lobo y además una historia reciente, ubicada en nuestro tiempo. El hombre lobo, la adolescencia y la actualidad fueron los elementos para elegir a Lobisón como una de las lecturas obligatorias del curso. Previo a la lectura pensé que si los jóvenes mueren por historias de suspenso y seres sobrenaturales como los vampiros, ésta sería de su agrado. Inicié pues la lectura y conforme avanzaba en ella me encontré con una, casi infranqueable, dificultad: la censura. Esta novela no finge ni engaña, no pinta de rosa la sangre derramada en los tiempos violentos que eternamente vive la humanidad. ¿Era mi propia censura o el temor a la opinión de los otros adultos con los que convivo cotidianamente? Porque algo tiene esta novela que la hace diferente a sus pares. Cuando leí por primera y única vez Los juegos del hambre, creí que los padres de mis alumnos desconocían la trama de la novela, me sorprendí cuando me enteré que conocían la trama a través de la película que me han dicho no dista mucho del texto escrito; y digo me sorprendí porque Los juegos del hambre –demasiado pobre en comparación a la historia japonesa cuya historia es muy semejante– es una novela violenta donde se victimiza a la juventud y de cuya muerte se hace un espectáculo; es una historia que gira en torno al exterminio de los jóvenes –situación finalmente acorde con la sociedad, los jóvenes ayer y hoy, en guerra o en paz, son la carne de cañón– por parte de una sociedad autoritaria y enferma, ¿qué piensan los padres de que sus hijos lean tales actos tan violentos contra sí mismos?, ¿acaso los padres querrán que sus hijos corran esa misma suerte?, ¿qué pueden aprender o ganancia recibir con que una vez más jueguen a que el bien siempre gana? La novela en cuestión, Lobisón, trata sobre la maldición legendaria que cae sobre el séptimo hijo, cuyo destino será convertirse en hombre lobo; sobre la lucha del padre perverso y enloquecido en busca del sino de su hijo; trata de la vida, pero también del desafío a la muerte transgrediendo las más simples leyes de la existencia; trata el abuso a la inocencia y la violencia al desvalido. Visto de esta manera pensaríamos que Ginés Sánchez expone la ficción retorcida y cruel de una realidad presente y repulsiva del siglo XXI, entonces, mi pregunta ¿es apta para la juventud? Conforme avanzaba, empezó mi lucha interna entre el eros y el tánatos, me parecía que la historia del adolescente en proceso de convertirse en hombre lobo podía gustar y ser atractiva para cierto sector juvenil, sin las típicas escenas de terror y suspenso que hacen gritar de susto y abrazarse para sentir el alivio de estar a salvo, aunque sí hay en la trama el suspenso por saber la salvación del protagonista a tan desagradable destino, no aquel de convertirse en hombre lobo, sino el otro, el de sobrevivir a la marginación y desprecio del odio, la ignorancia y la ambición; veía en esta parte la posibilidad de conocer y entender al mundo en el que vivimos; sin embargo, la otra parte, la conservadora la que teme la opinión ajena, me decía que la novela era violenta y podía distorsionar la recepción en cualquier lector. Esta situación me hizo recordar otra leyenda que peregrina en la literatura, la leyenda del Fausto, individuo que vende su alma al diablo a cambio de poder. También llevada al cine en versiones muy personales, en las que se rescata la tradicional lucha entre el bien y el mal, o bien donde se intensifica el diálogo entre el bien y el mal. Este era mi dilema, la lucha entre el bien y el mal, o el diálogo entre ambos. Así Lobinsón, podría leerse como una versión más sobre un ser legendario, sin embargo, lo que la convierte en única e impactante no es el juicio entre el bien y el mal, sino la violencia social con la que es abatido el personaje protagónico, un joven con rasgos visiblemente autistas y condenado a la marginación por ser el séptimo hijo. Adrián, el protagonista, es víctima de abuso no sólo por parte de sus compañeros de escuela sino por parte de su propia familia quien lo rechaza, golpea y obliga a violentar la naturaleza. Esta violencia es una constante en la novela de Ginés, sin ser exactamente el eje de la historia, es lo que la sostiene y le da vida. Pero esta violencia obvia y explícita, es lo que probablemente la convierte en una novela políticamente incorrectamente, porque se atreve a describir el aborto, porque se atreve a narrar la desinhibición del placer sexual, porque expone al ser humano que no sabe frenar sus instintos naturales. Es decir, transgrede las leyes del autoritarismo social que vivimos hoy en día, y sin embargo, es acertada. Pienso que ninguno de estos libros o temáticas van a orillar a los jóvenes a actuar negativamente más de lo que los orillan los videojuegos, las calles, la televisión y la realidad misma. ¿Qué valida el derecho a matar? ¿En qué estriba el derecho a la vida? ¿Cómo aceptar las estrategias de supervivencia? Nuestra búsqueda es pues, sobrevivir no sólo a la muerte sino a la vida misma. La muerte significa el fin de uno mismo, el fin del yo, y la agonía del recuerdo.

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