¿Qué vale tu vida?

Carlos Sevilla

En realidad no importa que no

esperemos nada de la [et_separator_dottes top=»24″ bottom=»24″ color=»» align=»left» /]vida, sino

que la vida espere algo de nosotros

Viktor E. Frankl

 

De esto hay demasiado. No es un tema nuevo y, sin embargo, continúa orprendiéndonos. Para muchos es un oscuro recuerdo, para otros más, un pasado que no se quiere recordar. Es un triunfo de batalla o una derrota de guerra, aquella que arrebató la vida a millones de personas entre 1939 y 1945. Es también un hecho incomprensible escrito en cada página de la historia de la humanidad, aquel que ha delimitado nuestro mundo actual y lo ha transformado, obligándonos a abrir los ojos ante situaciones de injusticia. Actualmente, la sociedad conserva en su memoria los hechos violentos que la marcaron de por vida. Existen cientos de películas, literatura y documentales que nos narran cómo millares de tropas desembarcaron en Normandía; cómo sucedieron los ataques aéreos en importantes y lustres ciudades; cómo fueron las movilizaciones en masa. Todo y más, todo y nada.

Pero ¿realmente es todo? ¿Esta guerra no nos ofreció nada más que armas y destrucción? O somos nosotros quienes nos colocamos una venda en los ojos y evitamos observar algo de lo cual nos avergonzaríamos. No muy lejos de estas batallas, las vías del tren nos guían entre los bosques cubiertos por un pesado ambiente. Ahí se encuentran los campos de concentración, la esperanza opacada y la vida vilmente arrebatada yace en estos lúgubres sitios. El escaso sol de invierno ilumina a diario los rostros de aquellos que sin fe alguna luchan por vivir.

Pocos lograron ser libre de nuevo para contarlo. Entre aquellos sobrevivientes, cabe destacar a Vicktor Frankl quien, durante la Segunda Guerra Mundial estuvo internado tres años en Auschwitz, Dachau y otros campos de concentración, esta inhumana vivencia lo motivó a escribir su obra El hombre en busca de sentido en la cual plasma la agonía y miseria de los campos de concentración. Este libro no forma parte del cuantificable material literario y visual acerca de esta guerra; sino que introduce algo desconocido y único que lo diferencia de los demás. En la obra de Viktor Frankl el tema a tratar, como lo es también en este texto, es la naturaleza del ser vivo, una lógica de resistencia en el ser humano, de esta lucha por la vida: la supervivencia. En circunstancias muy similares a las de Viktor Frankl, Jorge Semprún y a Alberto Méndez, españoles, este último desde un estilo y contenido enteramente literario, también hablan de la agonía en la guerra, y llegan a una misma conclusión: “sobrevivir no es cuestión de suerte ni del destino, hay que ganarse la vida.

Podemos decir que las estrategias psicológicas de supervivencia planteadas por Vicktor E. Frankl en su libro El hombre en busca de sentido, están en su mayoría presentes en las obras de Los girasoles ciegos de Alberto Méndez y Viviré con su nombre, morirá con el mío de Jorge Semprún, cuando en su respectivo momento los protagonistas de ambas obras reaccionan psicológicamente ante las situaciones en las que se encuentran, cambian sus actos y su persona, alteran su vida y la transforman.

Frankl dividió su estudio en tres fases, en la primera, “Internamiento en el campo” destaca el shock de los internos y cómo logaran superarlo. Esta fase explica el sopeso de los internos, y en ella se define quienes quieren seguir luchando por sobrevivir o se rinden a la vida. Otra de las estrategias mencionadas es la Ilusión del Indulto, estado de ánimo y “… mecanismo de amortiguación interna percibido por los condenados a muerte justo antes de su ejecución; es ese momento conciben la infunda esperanza –sin apoyarse en ningún dato real– de ser indultados en el último minuto.” (Frankl: 37)

La obra de Jorge Semprún comienza con el relato de un hecho crucial para el personaje

autor cuando estaba a punto de ser exterminado, es difícil asociar a Semprún en esta primera estrategia ya que no relata su primera fase de internamiento, sin embargo, un indulto es el motivo de su libro, antes de su anticipada ejecución, recibe una noticia que no es más que una salvación en el último instante. “¡Ya tenemos el muerto que necesitábamos!” (Semprún: 15) Palabras que se convierten en una esperanza de vida. En cambio, el protagonista de la Segunda derrota o Manuscrito encontrado en el olvido de Los girasoles ciegos lleva a cabo la estrategia de otra manera, desde el comienzo de su relato, él sabe que no habrá indulto que le salve, que morirá, que solo es cuestión de tiempo, por ello comienza a relatar la situación en la que se encuentra y como trata de sobrevivir ante ella, indulto, no; pero sí una salvación interna, para él, escribir día a día lo sucedido fue un escape, de que tanto él como su hijo no serán solo cuerpos en una cabaña, restos carcomidos por el tiempo y el olvido. “Quien lea lo que escribo, por favor, que esparza nuestros restos por el monte” (Méndez: 41). La curiosidad para Frankl es otra estrategia, explica que la falta de curiosidad despierta en nosotros un sentimiento de tristeza que a su vez nos conlleva a la derrota interna, por lo que instintivamente llegamos a preguntar ¿qué pasará hoy conmigo?, ¿viviré?, ¿me salvaré?, la curiosidad mueve nuestras vidas, es el impulso que día a día nos motiva. El protagonista de “Manuscrito encontrado en el olvido” muestra un interés en lo que le sucede, día a día se convierte en un cotillero de su desgracia, la curiosidad despierta un poco de esperanza. Semprún es de igual manera un intenso curioso, siempre buscando una interrogante, que le sea de ayuda a su supervivencia: “Hablé durante mucho rato, él me escuchaba. ¿Me entendía?” (Semprún: 51).

Muerte, al principio parece como la única salida, un camino forzado a seguir, si es sólo eso, entonces, ¿por qué no suicidarse?, sería muy sencillo en el caso de Semprún lanzarse contra las alambradas electrificadas, un paso y ya, ser libres de otra manera; en las circunstancias del protagonista de Alberto Méndez, el darse por vencido, ser un rendido, tomar a su hijo y pedir ayuda resulta muy fácil, claro, sería encarcelado por las fuerzas falangistas, pero se salvaría, sí, tendría que renunciar a sus ideales, acaso ¿valen más que la vida misma?, la formación personal que tuviste y creaste toda una vida, ¿resultan lo suficientemente valioso para ser colocados antes que vivir? Una de las estrategias de Frankl es dejar de temer a la muerte, algo sin duda difícil, pero necesario para vivir, confrontar a la muerte. Semprún lleva a cabo esta estrategia, visualiza el morir como algo inevitable, pero prolongable. En Los girasoles ciegos no se aprecia esto, no deja de temer a la muerte, solo espera, contando los días, el tiempo en el que su súplica sea escuchada. “Quien lea lo que escribo, por favor, que esparza nuestros restos por el monte” (Méndez: 41). En general, las personas que saben que están al borde del precipicio suelen afrontar los hechos con un poco de ironía, para olvidar, aunque sea en el momento de una carcajada, la situación en la que se encuentran. “Ese humor lo provocó la segura conciencia de haberlo perdido todo, de no poseer nada salvo nuestra existencia desnuda” (Frankl: 42.) Ambos protagonistas muestran un humor macabro, Semprún con analogías desprovistas de su salvación, él mismo trata de complicar ya su existencia. En la obra de Méndez se aprecia con mayor lucidez, el protagonista escribe poemas, canciones y dibuja, como ironía de su vida, todo con el fin de una sonrisa falsamente dibujada en su rostro: “Un lobo le dijo a un niño que con su carne tierna iba a pasar el invierno. El niño le dijo al lobo que sólo comiera una pierna porque siendo aún tan tierno iba a necesitar muy pronto que estuviera bien cebado pues llegaría un momento

en que, aunque cojito, necesitaría un asado de lobo como alimento. Se miraron, se olisquearon y sintieron tanta pena de tener que hacerse daño que se pusieron de acuerdo para repetir la escena evitándose el engaño de que para sobrevivir dos personas que se quieran sea siempre necesario que, al margen de sus afectos, unos vivan y otros mueran. Ambos murieron de hambre.” (Méndez: 15)

Tener corazón de piedra es vital para Frankl, la insensibilidad como la llama, no es más que la estrategia de supervivencia que nos obliga a callar el alma y ver por nuestra vida. Frankl compara el amor en los campos de concentración con la muerte, si amas algo es más probable que eso mismo sea la causa de tu muerte, un óbito irónico: “Un muerto, un moribundo, ¿dónde está la diferencia? ¿En qué cambia la cosa?” (Semprún: 28). Jorge Semprún al pie de la letra sigue con esta estrategia, sabe que, si quiere vivir, debe dejar sus sentimientos a un lado y la vida por delante. El protagonista de Méndez es otro caso, se cierra mentalmente, se da por vencido, ya no busca una salvación, ahora ansía que su final tarde menos de lo que espera.

Es evidente y claro el rumbo por el que los personajes de ambos libros son guiados, mostrando cada una de sus consecuencias, por una parte, la superación y determinación de querer lograr algo, vivir, fue lo que obtuvo Semprún, porque como ya lo mencionamos cumple con algunas de las estrategias que define Vicktor Frankl, y el personaje ficticio de Alberto Méndez no pudo con la desesperación y el hecho de estar a un paso del precipicio, morir ya no era un final, se convirtió en su salvación, las oportunidades de sobrevivir se dieron en Los girasoles ciegos, que el protagonista debido a su abstención de los hechos no las aprovechó, fue propia decisión así como la de seguir respirando.

Podemos concluir que tanto Frankl, como Méndez y Semprún nos conducen a un mismo

fin cuando se quiere vivir, sea en las condiciones que sean, aun las más deplorables, se puede. Es elección propia, la oportunidad está ahí, tomarla o no, llevarla a cabo o seguir esperando, disyuntiva que puede definir tu vida, en especial su final.

Sean realidad o ficción los textos, son muestra de vida en estas extremas condiciones, una obra más de lo mismo, pero un conocimiento nuevo de reflexión, de aprecio y amor a la vida, a vivir, sin importar qué difícil sea lograrlo, hay que pensar, detenidamente y preguntarnos: ¿Esto vale mi vida? O es acaso que mi vida vale esto. Serán mis ideales más valiosos que mis suspiros, mi vida sobre la de otros, y estoy dispuesto a pagar ese precio, todo con tal de vivir, o por el hecho de sobrevivir.

 

FRANKL, Viktor. 2012. El hombre en busca de sentido. España, Helder

MÉNDEZ, Alberto. 2008. Los girasoles ciegos. Barcelona, Anagrama

SEMPRÚN, Jorge. Viviré con su nombre, morirá con el mío. España: Tusquets Editores (colección Andanzas)

 

 

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